quiero vivir de alquileres

Cuando tenía catorce años mi papá tuvo que hacer una serie de puentes para una ruta que cruzaba un mismo río una y otra vez a lo largo de una gran quebrada; para ello tuvimos que vivir unos tres meses en un pueblo de Salta. Para mí fueron como unas largas vacaciones en las que no tenía mucho para hacer aparte de jugar con mis hermanos en la casa e ir a comer empanadas a un bar que quedaba a una cuadra de donde vivía.

Una vez estaba con mi hermanita en ese bar y a dos mesas nuestro había un señor que miraba la tele con mucha atención. Veía un video musical y golpeaba la mano contra la mesa siguiendo el ritmo. En un momento le gritó al dueño del bar,
- Mirá, siempre lo mismo.- mientras seguía golpeando la mesa.- Siempre igual.

Otra vez fui a alquilar un caballo y a las dos cuadras el caballo dejó de responderme y volvió a donde lo había alquilado.
- Volvió solo.- le dije al chico que los cuidaba.
El chico se subió al caballo y lo hizo correr por una lomita mientras le pegaba en las ancas con un palo con mucha fuerza. Los otros que estaban ahí empezaron a reírse y el que lo montaba, para seguir haciéndolos reír, le empezó a pegar en la cabeza.
Me dio el caballo y anduve unas seis cuadras hasta que se empacó de nuevo y no quiso seguir. Como no sabía mucho de montar me baje, lo até y esperé que fuera la hora de devolverlo. Mientras iba caminando abajo del caballo llevándolo de la rienda un chico del lugar me preguntó,
- ¿Y por qué no vas arriba?

El pueblo era muy tranquilo y tenía una avenida principal en la que estaban las atracciones del lugar: el bar, un telecentro, dos video juegos, una placita con juegos de caños, el lugar para alquilar caballos, un negocio de regionales y una especie de colonia de vacaciones bien pueblerina que tenía una pileta enorme a la que nunca me metí.

Si uno seguía derecho por la avenida ésta se convertía en la ruta que te llevaba a la zona en que mi papá hacía estos puentes que iban haciéndole una costura a la montaña.