quiero vivir de alquileres

Los martes es mi día de fútbol. A las 10 de la noche me junto con unos amigos de la Facultad de Letras y jugamos un fútbol muy poco intelectual. En ese mismo horario, en el mismo complejo deportivo, se junta un grupo de chicas amigas para jugar al fútbol también, pero de una manera mucho más alegre que nosotros. Mi novia, Ángeles, va de vez en cuando.
Ayer martes, los varones no jugamos. Resulta que en la cancha que habitualmente jugamos está ocupada por una exposición de animales exóticos (arañas, víboras y otros bichos atormentados por música de cumbia de hace cinco años a muy alto volumen). Ayer martes, Angie volvió después de una ausencia de dos meses. Como yo no tenía mucho para hacer fui a verla. Llegué media hora después de comenzado el partido y el equipo de Angie ya perdía por cuatro o cinco a cero (ellas no llevan muy bien la cuenta). Durante los treinta minutos que vi, el otro equipo hizo cuatro goles más, era paliza. Casi sobre el final Angie hizo dos goles, los únicos de su equipo. Uno con un tiro que después de un amague colocó abajo a la derecha y otro desde bastante lejos que pasó frente a tres o cuatro jugadoras que no pudieron pararla. Las chicas del equipo de Angie gritaban: “¡Bien Angie!, por el honor!”, era claro que ya no podían ganar. Antes del final del partido el otro equipo hizo dos goles más.
Después que se arreglaron fuimos a comprar agua a un quiosco de por ahí. Las chicas del equipo de Angie comentaban:
“Había una que me golpeaba cada vez que podía”… “si!, y a esa que me cobró mano la quería matar”…“¡tá loco la petisa esa, era tremenda!”…”esa de verde me cae mal desde hace rato ya”…

Yo le pregunté a Angie: “¿Cuántos goles les hicieron?”, “muchos” me dijo, “pero no importa, ellas hicieron tantos que no se acuerdan de ninguno, en cambio nosotras hicimos sólo dos y nos podemos acordar de lo lindos que fueron, eso es mejor”