martes, abril 04, 2006

 

El Mocho

En el mismo colegio en que tenía esta compañera había un tipo al que le decíamos el Mocho. Tenía el pelo largo, con colita, y eso era raro porque a todos los otros nos exigían el pelo por arriba del cuello de la camisa y para los que ya nos crecían pelos en la cara era imprescindible estar afeitado para entrar por las mañanas. Él la había encarado a la rectora y le había dicho que si le obligaban a cortar el pelo él se iba y que el colegio no estaba en situación económica como para darse el lujo de perder otro alumno, todo esto le había dicho.

El mocho era un tipo grandote y fibroso, parecía un tipo de gimnasio. No era bueno en los deportes ni en el estudio y era fanático del metal. El Mocho tenía dos hermanas que se vestían y peinaban como en los años ochenta (transcurrían los noventa). Tenían el pelo teñido, enrulado y bien batido, también usaban esas calzas ajustadas y camisas abullonadas; mis compañeros decían que eran medio trolas pero nadie lo sabía realmente.

Este compañero tenía los brazos llenos de cicatrices por cigarrillos apagados, cortes y demás lastimados que se hacia solo. Una vez otro compañero mío, un chileno que se llamaba Giuseppe (algún día voy a contar de él), le dijo que le daba cinco pesos si se apagaba una lapicera encendida, con el plástico chorreando, en el brazo. El mocho no dudó y se la apagó sin mostrar ningún signo de dolor, realmente parecía disfrutarlo. Me acuerdo de un compañero, uno de los bochos, que declaraba una y otra vez: “el mocho es autodestructivo” como haciendo un descubrimiento y al mismo tiempo dando una explicación completa del fenómeno.
El mocho pertenecía al pequeño grupo de alumnos que habían ido a la primaria a ese mismo colegio, él, como todos los de su grupo, tenían la costumbre de cargar a los demás por cualquier defecto o particularidad hasta extremos insoportables. Estas cargadas también se habían transferido hacia los nuevos alumnos (excepto a mi y todavía no me explico porque) que venían de diferentes colegios, la mayoría expulsados.

A mitad del ultimo año de secundaria llego un compañero nuevo, porteño, bien porteño. Este tipo le presumía a todas las chicas, pero no como presumíamos nosotros sino como galán de cine, siendo cortés y amable, algunas chicas se le reían y no lo bancaban, pero a algunas les gustaba. El tipo no era fachero pero esa tonada de forastero parecía caerle bien a unas cuantas. Me acuerdo que había una compañera que se le reía y decía que era insoportable pero que lo mismo se lo habría terminado transando si el porteño se hubiese quedado un poco más en el colegio.
Debido a lo particular que era este tipo rápidamente se convirtió en victima de las cargadas de mis compañeros, sobre todo del Mocho que no se cansaba de molestarlo. Perece que este tipo, el porteño, no estaba para nada acostumbrado a este tipo de trato y lo odiaba.

Un día, en un recreo, salieron ellos dos y otro compañero al último, el porteño iba atrás del mocho y el otro andaba por ahí. El porteño lo llamo: “eh Mocho!”, el Mocho se dio la vuelta y el porteño le metió una piña muy fuerte que lo tiró al piso. El mocho se sobó un rato en el suelo y se le fue encima. Parece que no pasó mucho más, el Mocho lo samarreó un poco pero el porteño ya había ganado. Al Mocho tuvieron que operarlo porque el golpe le había fisurado la órbita ocular. Después nos enteraríamos que el medico había dicho que el golpe del porteño había sido una piña de un profesional.
El porteño desapareció y no lo vimos si no un par de veces en la calle a la salida del colegio porque vivía a tres cuadras de éste. Obviamente el Mocho juró vengarse ni bien se recuperara.
Después de la operación un tío suyo fue a visitarlo al hospital y le regaló una manopla. Me acuerdo de mis compañeros contando entusiasmados de este regalo, parecía que la historia recién comenzaba.

Del porteño no supimos nada más, ni siquiera si lo habían echado o se había ido antes de eso. Los meses pasaron y llegó el viaje de fin de año.
El destino quiso que estando en Bariloche nos enteráramos que el colegio al que se había cambiado el porteño estaba de viaje de fin de curso en el mismo lugar que nosotros, sólo que su viaje ya promediaba mientras que el nuestro apenas comenzaba. Algunos compañeros opinaban que no había que contarle al Mocho porque éste (el mocho) lo iba a matar.

Cuando el Mocho se machaba se ponía muy loco. Una noche, durante el viaje, se separó del grupo y se fue a una especie de cabaret. Parece que tomó mucho. Entró al baño y empezó a romper los artefactos a golpes. Cuando los porteros se dieron cuenta el Mocho salió corriendo y en el apuro se chocó contra una puerta de cristal que atravesó como si nada. Llegó corriendo al hotel todo ensangrentado por los cristales, decía que la policía federal lo seguía. Estaba tan asustado que se metió bajo una cama mientras sus compañeros de cuarto se partían de la risa.

Finalmente la noticia de que el porteño andaba por ahí llego al Mocho, obviamente éste dijo que lo iba a buscar.
No se si el porteño se enteró que nosotros estábamos en Bariloche, pero realmente no corrió ningún riesgo. El Mocho decidió que era peligroso que se encontrara con el porteño, peligroso para el porteño, y optó por no salir del hotel hasta que estuvo seguro que el colegio del porteño se había ido de Bariloche. Los más amigos le creían, pero entre el resto de los compañeros bromeábamos con que el Mocho tenía miedo o por lo menos que no quería otra operación en el ojo. (Esta había sido muy cara debido a que le habían puesto una especie de prótesis de titanio).

Cuando terminó el secundario al Mocho sólo lo vi un par de veces. Una vez que lo encontré me contó que quería entrar en la Escuela Naval Militar y se estaba preparando para el examen. Después, por unos amigos de él, me enteré que no aprobó.

Hace un año lo encontré de nuevo en un bar que está en la esquina de mi casa, estaba con una chica que lo miraba con un gesto maternal. Tenía ese estilo ochentero que tenían las hermanas, no con calzas pero si el pelo batido y teñido. Me alegré por el Mocho, seguro que esta chica le hacía bien.-

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